El 20 de mayo de 2018 cubrí las elecciones presidenciales para canal Arte de la televisión francesa. Fuimos a reportar la farsa en toda la gran Caracas.
Amanecimos en Petare, palpando el escaso y nulo interés por el show de confirmación de Maduro. Todos sabíamos el resultado de antemano, sin necesidad de participar, de derrochar dinero en publicidad y campaña.
Por la mañana, los votantes deprimidos y enratonados acudían a los puntos rojos del PSUV, para apuntarse en la lista del partido bajo el chantaje de perder la bolsa del CLAP, si no acudían a los centros de recepción de los sufragios.
En Venezuela crecimos con el mito de la fiesta de los comicios. Chávez hizo de la fábula uno de sus relatos favoritos de propaganda y manipulación de masas.
Hugo empezaba con una historia donde él era como Florentino y el candidato opositor ocupaba la casilla del diablo.
El cuento chino adoptaba diferentes variantes y estereotipos, dependiendo del año. Una vez le dio por saquear la memoria de Miranda, en pos de sus fines.
Otra ocasión inventó endosarse el poder de resucitar una gesta zamorana, cuya veracidad solo existía en la mente del caudillo de Barinas, pues Zamora siempre fue un cuatrero y un bandido, desde el veredicto de los investigadores acuciosos del pasado.
Por lo general, la narrativa de campaña se montaba como una operación mediática, a la escala de una superproducción costeada con fondos del tesoro público. Es decir, el estado usufructuaba y desviaba el dinero de los contribuyentes, para complacer los delirios continuistas del teniente coronel, quien pensaba repetir la farsa a perpetuidad.
Pero el cáncer le propinó un referéndum mortal, sacándolo del juego por siempre.
Antes, afirmando su talante antidemocrático, encajó resentidamente la derrota de la reforma constitucional, al calificarla de victoria de mierda. Por tanto, la tesis de la revolución invicta es tan falsa como las tendencias irreversibles de Tibisay Lucena, aquella oscura burócrata saltada a la fama por usurpar un alto cargo oficial.
Con su sonrisita hipócrita y su cara de no partir un plato, ella anunciaba sádicamente la destrucción de los sueños nacionales, provocando estampidas y olas de desplazados.
Para ello contó con el favor de una prensa cómplice en su neutralidad imprudente, en la reproducción mecánica de su discurso predecible. Por ahí circulan las imágenes de una farándula dócil ante el cero carisma de la señora erigida en celebridad del país de los influencers bobalicones.
Semejante traición viene apañada por una cobertura desproporcionada de analistas pornográficos de la miseria, de la nada, ofreciendo sus lecturas de la malvada barandita, de la espera de los rectores, de los porcentajes y las sucesivas cantadas de fraude.
Nunca hubo chance de ganar, con el árbitro comprado y las condiciones en contra.
Una de las excepciones fue en el 2015, cuando los barrimos en las parlamentarias y reconocieron por el tamaño de la paliza.
Hoy, en una situación normal, los volveríamos a ponchar, porque la gente detesta a Nicolás y su gestión del hambre con garrote, en el desgobierno más impopular del siglo.
Recuerdo la cara de velorio de Semtei, la amargura de Ochoa Antich, el rostro de revés de Henri Falcón en la sala situacional del Hotel Lido, el 20 de mayo del 2018, a las seis y media de la tarde. Ya sabían del fiasco de su innecesaria misión, hecha para recoger dinero de patrocinantes y mecenas oportunistas.
El negocio no es triunfar, sino lanzarse en una carrera como de Miss Venezuela, con el propósito de conseguir auspiciantes. Da igual caer en la lona y recoger los vidrios.
El baboso de Bernabé Gutiérrez y los miembros de la falsa oposición viven de explotar las ilusiones, de traficar con la esperanza de los ciudadanos.
La llamada mesita cobró una nueva víctima en la designación del CNE del 2021, para las próximas parlamentarias. Les dejaron meter un delegado prescindible, a condición de fingir la ignorancia del G4.
A la cabeza del ente monstruoso, vemos a una medusa de los tribunales. Una jueza sancionada en Canadá, Indira Alfonzo, una suerte de carcelera e inquisidora. Así será que algunos extrañarán a la destronada Tibisay, ahora caída en la desgracia de los funcionarios a los que sientan en la banca, sin derecho a prebendas y escoltas frente a la casa.
Comienza una era de plomo en el CNE, peor que la anterior. Cada una de las alternativas electorales ha sido probada, dando resultados infructuosos.
Si la lógica y el sentido común se imponen, con votos o abstención parecemos condenados a reciclar el desenlace de una película conocida.
El sistema electoral es parte de la trampa, hasta que se demuestre lo contrario.
Nos queda imaginar un futuro fuera de los planes de los políticos caza renta.
Al margen de la colaboración, han surgido propuestas que merecen la consideración.
Prefiero protestar y disentir que convalidar un circo en que el no creo.